En el artículo Qué dirían Aristóteles y Lacan de la “igualdad” del PP, explicamos la inversión de la relación entre significado y significante efectuada por Jacques Lacan y la aplicamos al lema de la campaña del PP contra la amnistía: “por la igualdad de todos los españoles”. Ahora, cuando ya se ha aprobado la ley de amnistía y su contenido ha recibido el visto bueno de la Comisión de Venecia, la aplicaremos al significante “confianza”, arrojado al debate político de la semana para maquillar unos mensajes de WhatsApp que trituran no solo un periódico sino una forma de hablar y de ser.
Cuando los voceros del PP emiten los sonidos de la palabra “confianza”, están haciendo daño. Cuando aparecen en los debates de la Sexta, esgrimiendo que una supuesta confianza justifica insultos y anuncios amenazantes, están haciendo daño. Ese daño consiste en que el amenazado no es creído. Recordemos alguna vez de pequeños en que no nos hayan creído. Ese recuerdo nos atosiga posteriormente gran parte de la vida. Nos retrotrae a los primeros sentimientos de desprotección, de vulnerabilidad, cuando no nos creen y no confían en nosotros. En el lado opuesto de la mesa de debate se sienta el que nos niega el amparo de la credibilidad, el refugio de la comprensión. Esa manera de sentarse a hablar es paradójica en el siguiente sentido: utilizar así el significante “confianza” destruye el significado del término “confianza”.
Venimos comprobando desde hace meses que las campañas del PP y de la derecha mediática anulan el significado y que las palabras solo se utilizan como significantes arrojadizos contra el adversario político. Por ello, la asociación de unos significantes con otros depende en última instancia de las estructuras de poder que los repiten y de las relaciones paradigmáticas y sintagmáticas que permiten arrojarlos y articularlos en una determinada dirección o en la contraria.
En este artículo, en primer lugar, describiremos el uso de uno de los instrumentos de las estructuras de poder que permiten repetir unas palabras con la naturalidad del eco e inhibir otras con la eficacia del tabú. En segundo lugar, explicaremos su uso gracias a los ejemplos de las relaciones paradigmáticas de “fruta” y, por último, a las relaciones sintagmáticas de “confianza”.
1. Uno de los instrumentos de cualquier tipo de poder es el “gaslighting”, anglicismo que se está popularizando para referirse a una forma de manipulación y abuso psicológico que nos hace cuestionar la propia memoria e, incluso, la propia percepción. El abuso nos hace dudar del criterio propio y nos hace cobijarnos bajo el paraguas de las creencias cuya justificación se fundamenta en una determinada autoridad externa. Se dice que el término proviene de una obra teatral de 1938, “Gas Light”, en la que un marido intenta convencer a su esposa y a sus amigos de que está loca: cuando baja la luz de gas, insiste en que ella se lo está imaginando. ¿Nos estará pasando lo mismo en relación con uno de los temas de la actualidad política? ¿Nos harán imaginar no solo lo que está pasando con un fraude fiscal reconocido, sino también lo que ha pasado en una relación que califican de “amistad”? ¿Están vaciando el significado de la palabra “amistad”?
2. Parece ser que sí, desde los tiempos de la ética aristotélica, a la amistad se le atribuyen la beneficencia, la benevolencia y la concordia basada en la confianza; en cambio, para los voceros del PP, la confianza justifica lo contrario: el cierre, la trituración, la discordia. Dicen : ¡a ver si no nos podemos enfadar con alguien de confianza! Si lo queremos, lo arreglamos. Si no lo queremos, lo eliminamos de la lista. Parece obvio, pero no lo es y nos están haciendo dudar.
¿Funciona el debate político como la luz de gas de la obra teatral? ¿Es un instrumento en manos de abusones que nos hacen dudar del criterio propio? La respuesta sensata sería que algunas veces sí, porque la percepción no es un mero mecanismo de justificación interna de las creencias, sino que está sometida al oleaje incesante de las influencias externas. En suma, lo que creemos depende en gran medida de lo que creen los demás, es decir, de las creencias de los compañeros y de aquellos que consideramos autoridades en una cierta materia, aunque solo sean diputados o tertulianos con tácticas de púgil y fintas de cabeza hostigadoras.
La creencia compartida es inevitable e incluso ventajosa en muchas ocasiones; por ejemplo, un rasgo evolutivo de nuestra especie es crear y creer en ficciones: hemos creado y creído en castigos eternos, en marginaciones grupales o en naciones perseguidas. Participar en las alucinaciones colectivas ha proporcionado una ventaja evolutiva y adaptativa para aquellos individuos que se han sumado a la forma de percepción mayoritaria, ya que el que no lo ha percibido así ha sufrido el juicio inquisitorial, el ostracismo y, ahora, el gaslighting. Un ejemplo: el gaslighting de los medios de comunicación madrileño-conservadores funcionó durante unas horas en las que se repitió como el eco que una presidenta de Comunidad había dicho “me gusta la fruta” desde la tribuna de invitados del Congreso.
Después de viralizarse el vídeo, se reconoció que la invitada no había dicho “fruta”, sino otra palabra que rimaba con ella. ¿Qué relación lingüística se establece entre ambas palabras? La relación paradigmática. El colmo de los colmos es que una de las periodistas que desbarató la estrategia de la “fruta” fue la que ahora es amenazada pero con “confianza”.
3. Finalizaremos el artículo con la explicación de las distintas relaciones entre las unidades lingüísticas y de su aplicación al nuevo significante del debate político: “confianza”. Este nuevo significante no expresa un significado, como defendería Saussure, sino que adquiere sentido en relación con otros significantes, como pensaría Lacan. ¿Cómo adquieren sentido las unidades lingüísticas?
Las unidades lingüísticas adquieren sentido gracias a su interrelación a través de dos tipos de relaciones: sintagmáticas y paradigmáticas; las primeras son directamente perceptibles, están presentes, mientras que las segundas hay que intuirlas, están ausentes. Ambas se complementan y no pueden concebirse separadas. Como hemos escrito en el punto anterior, la palabra “fruta” estaba ausente en el comentario de la invitada, pero se podía intuir que era mejor hacer creer que estaba presente y que la había pronunciado, antes de reconocer que había insultado y había proferido “puta”. Antes de la época de la reproducibilidad viral y de los móviles, los medios de comunicación dominantes habrían cumplido con el cometido de hacernos dudar de si la invitada había insultado o no al protagonista de la sesión de investidura, es decir, nos habrían hecho dudar de nuestras creencias en un ejemplo de gaslighting de manual. Después de los vídeos virales y de los móviles, el gaslighting tiene que ser más sutil y basarse en otro tipo de relaciones, como las relaciones sintagmáticas entre “confianza”, “enfado” y “anuncio/amenaza”.
Cuando los representantes del PP afirman que la “confianza” justifica el uso de “anuncios” amenazantes en una discusión de WhatsApp, usan de manera clara y perceptible esas palabras, es decir, esas unidades lingüísticas están bien presentes en sus declaraciones. No las esconden, no hay que intuirlas. Y están presentes tanto en los mensajes de WhatsApp, como en el fragor mediático y, posteriormente, en la algarabía de la calle. Sin embargo, la pronunciación del significante “confianza” no expresa su significado, ya que la confianza debe ser doble o mutua para que signifique algo. La “confianza” no significa nada si es unilateral, y se convierte en un significante pronunciado para unirlo a “enfado” mediante una relación sintagmática que adquirirá rango oficial de tanto repetirla en teles, radios y grupos de WhatsApp. No obstante, esa repetición sepultará la vetusta relación sintagmática que establecía Aristóteles entre “confianza”, “amistad”, “benevolencia”, “beneficiencia” y “concordia”. Aristóteles a un amigo no le deseaba que le iba a ir mal. No le anunciaba que lo iba a triturar, ni siquiera por un enfado, porque las pasiones eran pasajeras y la amistad, para que significara algo, duradera.
En cierta medida llevan razón los representantes del PP: eso era antes. Ahora las pasiones, como la ira de un “enfado” o la “confianza” de escribir por WhatsApp, pueden justificar para millones de sus votantes el anuncio del cierre de un medio de comunicación, con el daño colateral de triturar el significado de “confianza” como un sentimiento mutuo y recíproco. El daño colateral podrá ser más grave, si llegara a afectar a votantes de otros espectros políticos, destruyendo así la capacidad de creer al que vota diferente. La tiranía de las pasiones se podrá convertir así en un síntoma del habla y del ser de derechas o izquierdas : dicho rápida y sintagmáticamente, sin detenerse en los lentos meandros de su significado.